El autismo y el psicoanálisis han tenido una relación compleja a lo largo del tiempo, en parte debido a cómo se ha entendido el autismo en distintas épocas y al enfoque particular del psicoanálisis en relación al autismo. En las primeras décadas del siglo XX, el autismo no se entendía como lo hacemos hoy. Desde la descripción inicial de Kanner hasta la clasificación actual de Trastornos del Espectro Autista (TEA) en el DSM-5, se han producido cambios significativos en la comprensión del autismo. Los primeros enfoques psicoanalíticos, muy influenciados por las teorías de Sigmund Freud, tendían a ver las condiciones como el autismo en términos de conflictos emocionales. Uno de los aspectos más criticados de las primeras aproximaciones desde el psicoanálisis, fue la idea de que el autismo era el resultado de la interacción con padres emocionalmente fríos o distantes, a menudo denominados «madres nevera», un término popularizado por Bruno Bettelheim en la década de 1960. Este concepto resultó iatrogénico, ya que culpaba a los padres, en particular a las madres, por la aparición del autismo.
Sin embargo, esta interpretación ha sido ampliamente refutada por investigaciones más recientes en neurociencia y genética, que han demostrado que el autismo es una condición del desarrollo neurológico con componentes biológicos, no causada por la crianza o un entorno emocional determinado. Al mismo tiempo, también la teoría psicoanalítica ha avanzado en la comprensión del autismo, distanciándose de aquellos primeros intentos de comprender el autismo exclusivamente desde el punto de vista del conflicto. En los últimos años, algunos psicoanalistas han comenzado a explorar cómo el autismo puede entenderse desde perspectivas más actuales, y en lugar de centrarse en déficits o en una psicopatología, estos enfoques buscan comprender cómo las personas autistas experimentan y construyen su subjetividad y su mundo relacional. Este enfoque más contemporáneo no intenta «curar» el autismo, sino ayudar a la persona autista a desarrollar herramientas para una mejor comprensión de sí misma y de su entorno, respetando su forma única de ser y de interactuar con el mundo.
En este sentido, me ha parecido interesante el trabajo de la colega uruguaya Ema Ponce de Leon, que aborda cinco mitos comunes sobre el psicoanálisis y el autismo, partiendo de la evidencia de la investigación científica y la experiencia clínica. La autora argumenta que estos mitos se basan en una comprensión incompleta o distorsionada del psicoanálisis y su aplicación al autismo. Su artículo busca desmitificar estas ideas erróneas y defender el valor del tratamiento psicoanalítico para el autismo, abogando por una visión integrada que combine los conocimientos de las neurociencias con la comprensión psicoanalítica de la subjetividad.
Mito 1: La etiología biológica del autismo rechaza el tratamiento psicoanalítico. Este mito se basa en la falsa dicotomía entre biología y ambiente. La autora argumenta que si bien existen alteraciones biológicas en individuos con autismo, estas no niegan la importancia del ambiente y la experiencia subjetiva en el desarrollo del trastorno. El neurodesarrollo es un proceso dinámico donde biología y ambiente interactúan constantemente, y el psicoanálisis se centra en la construcción de la psique, un proceso fundamental para el desarrollo subjetivo del niño con autismo. Como recoge la autora, «el entorno forma parte del neurodesarrollo, por lo que la calidad y las características de los vínculos afectan al unísono la función cerebral y la constitución psíquica. Diversas investigaciones demuestran cómo el desarrollo cerebral está condicionado en gran medida por el entorno y los vínculos afectivos.»
Mito 2: El psicoanálisis culpa a los padres por causar autismo. Este mito tiene sus raíces en aquellas primeras teorías sobre el autismo, que enfatizaban el rol de los padres, especialmente de la madre, en el desarrollo del trastorno. Sin embargo, la autora aclara que la postura actual del psicoanálisis está lejos de culpar a los padres. Se reconoce que la experiencia de los padres y la dinámica familiar son importantes, pero no se les atribuye la causalidad del autismo. El trabajo con los padres se centra en comprender su experiencia, apoyar el vínculo con sus hijos y facilitar la creación de un ambiente propicio para el desarrollo psíquico del niño.
Mito 3: El método psicoanalítico no es aplicable al autismo. Este mito surge de la idea de que el psicoanálisis clásico, basado en el juego y la interpretación de fantasías inconscientes, no puede aplicarse a niños con autismo, quienes a menudo presentan dificultades en la comunicación y la interacción social. Sin embargo, la autora defiende la aplicabilidad del psicoanálisis al autismo, aunque adaptado a las características específicas de estos niños. El trabajo se centra en la construcción de la psique, utilizando recursos como el trabajo corporal, la comunicación no verbal y la sensorialidad para crear un vínculo y una experiencia psíquica. El objetivo es facilitar el proceso de subjetivación e intersubjetividad, cruciales para el desarrollo del niño con autismo.
Mito 4: La teoría psicoanalítica se basa en premisas que no se aplican al autismo. Este mito cuestiona la validez del marco teórico psicoanalítico para comprender el autismo. Se argumenta que conceptos como el inconsciente, la represión o el complejo de Edipo no son aplicables a niños con autismo. Sin embargo, la autora defiende la pertinencia de la teoría psicoanalítica para entender el autismo. Destaca la contribución de autores que han estudiado las funciones mentales primitivas, autistas o psicóticas, y argumenta que sus observaciones clínicas son valiosas para comprender el funcionamiento mental del niño con autismo. Reconoce la necesidad de integrar los nuevos conocimientos de las neurociencias, pero subraya que las teorías psicoanalíticas, basadas en la observación clínica, siguen siendo relevantes.
Mito 5: El psicoanálisis no puede demostrar sus resultados mediante investigaciones basadas en la evidencia. Este mito cuestiona la validez científica del psicoanálisis al argumentar que no puede someterse a pruebas empíricas rigurosas. Sin embargo, la autora defiende la posibilidad de investigar la eficacia del psicoanálisis en el autismo. Menciona estudios que han evaluado los resultados del tratamiento psicoanalítico en niños con autismo, como el de Thurin et al. (2014), y destaca el desarrollo de instrumentos de investigación específicos para este campo, como el APEC (Autism Psychodynamic Evaluation of Changes) y el PRISMA (Protocolo para la Investigación Psicoanalítica de Signos de Cambio en el Autismo). Reconoce las dificultades metodológicas, pero aboga por una mayor investigación empírica que complemente la investigación clínica.
En definitiva, la autora defiende el valor del tratamiento psicodinámico para el autismo argumentando que este enfoque no se opone a la biología, que entiende el autismo como un problema multifactorial, no culpa a los padres, es aplicable al autismo, se basa en premisas válidas y produce resultados positivos integrándose con otros tratamientos como el cognitivo-conductual. Además, aboga por una visión integrada del autismo que combine los conocimientos de las neurociencias con la comprensión psicoanalítica de la subjetividad y la construcción de la psique.